Detrás de una mirada
Era una mañana cualquiera, el sol brillaba en su
esplendor, el canto de los pájaros hacía presagiar que algo maravilloso iba a
ocurrir. Pero, ¿qué de maravilloso iba a suceder en la casa de Sofía? Si ella
era una chica caprichosa y engreída, que solo pensaba en su propio bienestar.
Sofía tiene dieciséis, es de ojos verdes, cabello castaño y de tez clara. Todos
decían que desbordaba una gran belleza, pero lamentablemente, esta era solo
exterior, pues con lo que respecta a su interior era un mundo completamente
opuesto.
Su madre sufría mucho, porque ella siempre trató de
educarla lo mejor que pudo. Desde que era una niña se preocupó porque nada le
faltara. Le compraron de todo, le preparaban sus comidas favoritas y de esta
manera Sofía iba creciendo en un mundo de privilegios. Fue demasiado tarde
cuando sus padres se dieron cuenta de que ya era incontrolable su manera de
actuar. En cierta ocasión, cuando se dirigieron a un restaurante a celebrar un
aniversario más de matrimonio vieron a una muchachita de pómulos quemados,
vestía con polleras y tenía sujetada a la espalda una manta, en la cual llevaba
a un bebé. Esta mujer vendía caramelos. Todo transcurría con normalidad hasta
que se acercó a la mesa de los señores Calopino. ¿Por qué digo esto? Porque
Sofía la humilló, le recriminó su forma de vestir, pero sobre todo por la
suciedad que emanaba de su ser. Sus padres se molestaron mucho con ella, le
pidieron disculpas a la vendedora y le obsequiaron algunas monedas. Su madre,
la señora Lucía, no pudo evitar sentir una enorme tristeza. Le parecía
increíble que su hija actuara de tal forma. El señor Jesús le brindó su apoyo y
le dijo que cuando llegaran a casa conversarían sobre este asunto. Por ahora
solo hay que disfrutar nuestros veinte años de casados, nada puede opacar la
felicidad de hoy – le susurró al oído.
Al llegar a casa le preguntaron a Sofía por qué actuó
así. Ella – respondió – que solo dijo la
verdad, ¿acaso es malo eso?
No te he dicho que no hay por qué juzgar a los demás, por
ninguna razón–le dijo el señor Jesús–. No te he dicho que los seres humanos
valemos por la calidad de personas que somos. No te he dicho que todos somos
iguales, aunque tengamos distintas formas de expresarnos, de vestir o de
actuar, eso no nos hace ni mejor ni peor que otros, lo que importa en sí es que cada uno es un ser valioso y por
ello hay que respetarnos mutuamente. Pero parece que los consejos que te damos
carecen de importancia. ¿Hasta cuándo, Sofía?, ¿hasta cuándo? Anda a tu cuarto
y no salgas hasta mañana para ir a la escuela.
Sofía, sin ningún gesto de perturbación y sin decir palabra
alguna, se dirigió a su habitación.
¿Qué era lo que sucedía en aquella chica? ¿Por qué si
tenía a unos padres muy buenos, ella actuaba así? Cualquiera pensaría que si
los progenitores son seres maravillosos, entonces los hijos serán iguales. Sin
embargo, ya vemos que no siempre es así. Y el ejemplo perfecto es el caso de
Sofía.
Sofía no quería reconocer su error y aunque vio a su
padre muy enojado, ella no quiso dar su brazo a torcer. Sé que esa noche no
pudo dormir tranquila. Sé que las palabras del señor Jesús calaron en lo más
profundo de su ser. Sé que poco a poco iba a recapacitar y eso no ocurriría
hasta el día que conozca a un ser maravilloso. Esto iba a ser muy pronto y ni
ella ni sus padres se imaginan qué es lo que va a pasar en la vida de esta
chica engreída y caprichosa. Mientras tanto procura dormir Sofía, pues mañana
será un grandioso día. Quizás las personas no cambien absolutamente, pero sí
creo en la fuerza de voluntad que tengan para intentar ir cambiando poco a poco
su manera de actuar.
El acontecimiento ocurrió un lunes por la mañana. Sofía y
todos sus compañeros asistieron a clases con normalidad. En medio de una gran
batahola entró el profesor Julio, quien imparte el curso de Comunicación, les
dijo que solo había ingresado a dejarles un trabajo de investigación. Todos
dijeron ¡no! El profesor pidió silencio y manifestó que investigarían sobre las
distintas jergas que utilizan los niños de la calle. Sofía se levantó y le
dijo: “Disculpe, profesor, pero eso es muy peligroso, nos pueden robar. ¡No!,
de ninguna manera, podemos dirigirnos a ese lugar. Por favor, déjenos otro
trabajo”. El profesor – le dijo– que él no podía dejar otro trabajo porque ya
estaba en el programa y era una coordinación de todos los docentes del área.
Les deseó suerte y se marchó.
A los compañeros de Sofía les encantó la idea. Les
parecía fascinante ir hacia un mundo completamente diferente al suyo. Algunos
pensaron hasta en llevarles juguetes, frutas, bebidas, en fin estaban muy
emocionados. Acordaron en ir por la
tarde, luego del almuerzo. Sofía seguía malhumorada. Estaba sentada en medio de
la gran algarabía, su amiga Valeria trató de animarla y le dijo que la
experiencia iba a ser muy buena, mas nada parecía animarla.
En realidad estos niños se reunían en el lugar llamado La
Caleta. Se sabía que trabajaban, ya sea para ayudar a sus padres o para
comprarse un alimento para poder sobrevivir. Unos se disfrazaban de payasitos,
otros hacían piruetas, algunos subían a los carros a cantar, otros a vender caramelos
o turrones, en fin, ellos como sea se las arreglaban. Para nosotros quizás la
luz roja del semáforo significa otra cosa, mas para estos niños significaba la
oportunidad para poder ganarse un par de centavos. Ellos se reunían porque cada
uno se repartía una cierta calle, pues así todos tenían la oportunidad de
obtener dinero. En realidad, eran muy solidarios, comprensivos y organizados.
El grupo de chicos los encontró en esos precisos
momentos, cuando el líder estaba al mando con su cuadernito sin pasta y un
lápiz pequeñito que apenas lo podía agarrar para poder escribir. Los niños al
verlos se asustaron porque pensaron que eran personas que les querían hacer
daño. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando vieron que traían regalos. Sus
ojos se iluminaron, desbordaban una gran alegría. No podían creer lo que
estaban viendo. Parecía un sueño. Tanto es así que Perico le dijo a Chatito:
“Pellízcame, pare ver si estoy despierto”. Este obedeció y Perico gritó, pues
sintió el pellizco. Era verdad, nada era
un sueño. ¡Yupi!, dijo uno de ellos, ¡qué chévere!, se escuchaba decir por
allá.
Valeria les dijo que no se asusten que solo querían
conversar con ellos un rato, que venían a realizar una tarea. Los niños les
dijeron que estaban dispuestos a colaborar con ellos y se les acercaron, pues
sentían curiosidad por todo aquello que traían. Mientras cada uno recibía su
obsequio y su respectivo alimento, Sofía decía para sus adentros: ¡Qué horrible
que es este lugar!, ¡todos están sucios!, ¿acaso no tienen padres?, ¿para qué
traen hijos al mundo si no los van a cuidar como debe ser?
Quizás solo en ese preciso instante Sofía comprendió el
gran amor que sus padres sentían por ella. Solo ahí comprendía todo. Qué razón
tenían mis padres – decía. Quiso llorar, pero no lo hizo por vergüenza. En el
lugar se vivía una alegría inmensa. Parecía que había llegado Papá Noel. Sofía
observó que al fondo, cerca de un tablero viejo había una niña muy triste.
Nadie se percató de ella. Sofía decidió acercarse. ¿Cuál es tu nombre? – le
preguntó–. La niña no atinó a decir nada, solo lloraba. Ella presintió que algo
muy doloroso le sucedía, pero la niña de ojos tristes, solo la contemplaba. Se
veía un gran desconsuelo en su mirada. Sofía sabía que fijarse en la mirada es
muy importante para comprender a los demás. Sus padres le habían dicho que
detrás de una mirada se ocultan las cosas más desbordantes del ser. A través de
ella se podía ver la alegría, la angustia, la tristeza, la desesperación, el
desconsuelo, en fin las mil y un emociones que pueda experimentar el ser
humano. Por todo ello, quería saber qué le pasaba a la niña, por más que la
inquiría, no consiguió nada en particular. Solo llanto y nada más. Sofía hacía
su mayor esfuerzo, porque gracias a esta visita ella empezaba a mirar la vida
desde otra perspectiva. Como la niña no hablaba, se molestó y decidió
marcharse. Les dijo a sus compañeros que ya no aguantaba estar en ese lugar tan
desagradable. Así que se marchó. Su amiga Valeria – le dijo– ¡Sofía y la
tarea!, mas esta ya había partido.
Llegó a su casa muy malhumorada y parecía que aquella
reflexión de la tarde se esfumaba como aquella ráfaga de viento en otoño. Pero
no, me niego a creer en ello. Sé que Sofía sí recapacitó de verdad. Así que
veamos qué pasó durante la noche. Ella no podía concebir el sueño. Pensaba en
aquella niña, de rostro sucio producto del cansancio, de cuerpo escuálido, de
cabellos tiesos, de uñas sucias, de zapatillas rotas que dejaban ver el dedo
gordo del pie y se dijo ¿por qué estoy pensando tanto en esa mocosa?, ¿por qué,
si a mí no me debe importar su vida? Nada de lo que le ocurra es mi problema.
Cerró los ojos intentando dormir.
Te equivocaste Sofía, la niña sí te importaba porque fue
gracias a ella que tú empezabas a recapacitar, fue gracias a ella que tú
empezabas a valorar más a tus padres y fue gracias a ella que tú empezarías a
vivir una vida mucho más placentera. La niña de mirada triste significaba el
inicio de algo maravilloso que definitivamente contribuiría en el desarrollo
personal de tu persona.
Por más que intentaba dormir no podía. Así que decidió ir
al cuarto de sus padres. Estaba llorando, solo pudo decirles que, por favor, la
perdonen. Reconoció sus errores y lloraba desconsoladamente, como aquel niño a
quien le quitan su juguete más preciado. Sus padres la abrazaron y le pidieron
que se calme. Ella les contó lo acontecido aquella tarde.
Por la mañana se dirigieron a La Caleta. Ailani, así se
llama la niña, estaba allí. Se le acercaron y Sofía le regaló un enorme peluche
rosa. La niña pudo sonreír un poquito, pero nada parecía calmar su tristeza. Le
preguntaron qué le sucedía y ella solo respondió que su madre estaba muy
enferma, que no tiene parientes a donde recurrir, que temía que su mamá se
muera y ella se quedara sola. El señor le dijo que no se preocupara, pues él
era médico y si es posible en estos momentos la podían llevar a su clínica. El
rostro de Ailani se iluminó, su mirada mostraba otro destello. Era una mirada
de alegría, una mirada de esperanza, pues su madre iba a estar con ella por un
tiempo más prolongado.
Sofía abrazó a Ailani, ya no le importó que estuviera
sucia. Solo sintió las ganas de abrazar a un ser humano que estaba sufriendo, a
un ser que era tan igual que ella. Ailani los llevó al lugar donde se
encontraba su madre. La niña abrazó su peluche y siguió el sendero de la
salvación. Iba muy alegre.
Sofía tenía otro semblante. Se veía muy feliz. Miró al
cielo, recordó a su abuelita, fallecida ya hacia un par de meses, y dijo para
sí misma que a partir de ahora iba a luchar para ser diferente, sabía que no
sería nada fácil, pero lo más importante es que tenía la fuerza de voluntad.
Prometió que iba a ayudar a los demás cada vez que pueda y que iba a valorar
todo aquello que sus padres hacen por ella. Decidió darle un beso a cada uno de
sus progenitores, los abrazó y les dijo que los quería mucho.
Aquel sol esplendoroso y aquel canto de los pájaros no se
equivocaron, definitivamente, sí ocurrió algo maravilloso en la vida de Sofía.
Y quién iba a pensar que todo sucedió por fijarse en aquella miraba que
perturbó su noche, pero que esclareció todos sus años venideros.
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