martes, 25 de marzo de 2014

Detrás de una mirada


Detrás de una mirada

Era una mañana cualquiera, el sol brillaba en su esplendor, el canto de los pájaros hacía presagiar que algo maravilloso iba a ocurrir. Pero, ¿qué de maravilloso iba a suceder en la casa de Sofía? Si ella era una chica caprichosa y engreída, que solo pensaba en su propio bienestar. Sofía tiene dieciséis, es de ojos verdes, cabello castaño y de tez clara. Todos decían que desbordaba una gran belleza, pero lamentablemente, esta era solo exterior, pues con lo que respecta a su interior era un mundo completamente opuesto.

Su madre sufría mucho, porque ella siempre trató de educarla lo mejor que pudo. Desde que era una niña se preocupó porque nada le faltara. Le compraron de todo, le preparaban sus comidas favoritas y de esta manera Sofía iba creciendo en un mundo de privilegios. Fue demasiado tarde cuando sus padres se dieron cuenta de que ya era incontrolable su manera de actuar. En cierta ocasión, cuando se dirigieron a un restaurante a celebrar un aniversario más de matrimonio vieron a una muchachita de pómulos quemados, vestía con polleras y tenía sujetada a la espalda una manta, en la cual llevaba a un bebé. Esta mujer vendía caramelos. Todo transcurría con normalidad hasta que se acercó a la mesa de los señores Calopino. ¿Por qué digo esto? Porque Sofía la humilló, le recriminó su forma de vestir, pero sobre todo por la suciedad que emanaba de su ser. Sus padres se molestaron mucho con ella, le pidieron disculpas a la vendedora y le obsequiaron algunas monedas. Su madre, la señora Lucía, no pudo evitar sentir una enorme tristeza. Le parecía increíble que su hija actuara de tal forma. El señor Jesús le brindó su apoyo y le dijo que cuando llegaran a casa conversarían sobre este asunto. Por ahora solo hay que disfrutar nuestros veinte años de casados, nada puede opacar la felicidad de hoy – le susurró al oído.

Al llegar a casa le preguntaron a Sofía por qué actuó así. Ella – respondió –  que solo dijo la verdad, ¿acaso es malo eso?

No te he dicho que no hay por qué juzgar a los demás, por ninguna razón–le dijo el señor Jesús–. No te he dicho que los seres humanos valemos por la calidad de personas que somos. No te he dicho que todos somos iguales, aunque tengamos distintas formas de expresarnos, de vestir o de actuar, eso no nos hace ni mejor ni peor que otros, lo que importa  en sí es que cada uno es un ser valioso y por ello hay que respetarnos mutuamente. Pero parece que los consejos que te damos carecen de importancia. ¿Hasta cuándo, Sofía?, ¿hasta cuándo? Anda a tu cuarto y no salgas hasta mañana para ir a la escuela.

Sofía, sin ningún gesto de perturbación y sin decir palabra alguna,  se dirigió a su habitación.

¿Qué era lo que sucedía en aquella chica? ¿Por qué si tenía a unos padres muy buenos, ella actuaba así? Cualquiera pensaría que si los progenitores son seres maravillosos, entonces los hijos serán iguales. Sin embargo, ya vemos que no siempre es así. Y el ejemplo perfecto es el caso de Sofía.

Sofía no quería reconocer su error y aunque vio a su padre muy enojado, ella no quiso dar su brazo a torcer. Sé que esa noche no pudo dormir tranquila. Sé que las palabras del señor Jesús calaron en lo más profundo de su ser. Sé que poco a poco iba a recapacitar y eso no ocurriría hasta el día que conozca a un ser maravilloso. Esto iba a ser muy pronto y ni ella ni sus padres se imaginan qué es lo que va a pasar en la vida de esta chica engreída y caprichosa. Mientras tanto procura dormir Sofía, pues mañana será un grandioso día. Quizás las personas no cambien absolutamente, pero sí creo en la fuerza de voluntad que tengan para intentar ir cambiando poco a poco su manera de actuar.

El acontecimiento ocurrió un lunes por la mañana. Sofía y todos sus compañeros asistieron a clases con normalidad. En medio de una gran batahola entró el profesor Julio, quien imparte el curso de Comunicación, les dijo que solo había ingresado a dejarles un trabajo de investigación. Todos dijeron ¡no! El profesor pidió silencio y manifestó que investigarían sobre las distintas jergas que utilizan los niños de la calle. Sofía se levantó y le dijo: “Disculpe, profesor, pero eso es muy peligroso, nos pueden robar. ¡No!, de ninguna manera, podemos dirigirnos a ese lugar. Por favor, déjenos otro trabajo”. El profesor – le dijo– que él no podía dejar otro trabajo porque ya estaba en el programa y era una coordinación de todos los docentes del área. Les deseó suerte y se marchó.

A los compañeros de Sofía les encantó la idea. Les parecía fascinante ir hacia un mundo completamente diferente al suyo. Algunos pensaron hasta en llevarles juguetes, frutas, bebidas, en fin estaban muy emocionados. Acordaron  en ir por la tarde, luego del almuerzo. Sofía seguía malhumorada. Estaba sentada en medio de la gran algarabía, su amiga Valeria trató de animarla y le dijo que la experiencia iba a ser muy buena, mas nada parecía animarla.

En realidad estos niños se reunían en el lugar llamado La Caleta. Se sabía que trabajaban, ya sea para ayudar a sus padres o para comprarse un alimento para poder sobrevivir. Unos se disfrazaban de payasitos, otros hacían piruetas, algunos subían a los carros a cantar, otros a vender caramelos o turrones, en fin, ellos como sea se las arreglaban. Para nosotros quizás la luz roja del semáforo significa otra cosa, mas para estos niños significaba la oportunidad para poder ganarse un par de centavos. Ellos se reunían porque cada uno se repartía una cierta calle, pues así todos tenían la oportunidad de obtener dinero. En realidad, eran muy solidarios, comprensivos y organizados.

El grupo de chicos los encontró en esos precisos momentos, cuando el líder estaba al mando con su cuadernito sin pasta y un lápiz pequeñito que apenas lo podía agarrar para poder escribir. Los niños al verlos se asustaron porque pensaron que eran personas que les querían hacer daño. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando vieron que traían regalos. Sus ojos se iluminaron, desbordaban una gran alegría. No podían creer lo que estaban viendo. Parecía un sueño. Tanto es así que Perico le dijo a Chatito: “Pellízcame, pare ver si estoy despierto”. Este obedeció y Perico gritó, pues sintió el pellizco. Era  verdad, nada era un sueño. ¡Yupi!, dijo uno de ellos, ¡qué chévere!, se escuchaba decir por allá.

Valeria les dijo que no se asusten que solo querían conversar con ellos un rato, que venían a realizar una tarea. Los niños les dijeron que estaban dispuestos a colaborar con ellos y se les acercaron, pues sentían curiosidad por todo aquello que traían. Mientras cada uno recibía su obsequio y su respectivo alimento, Sofía decía para sus adentros: ¡Qué horrible que es este lugar!, ¡todos están sucios!, ¿acaso no tienen padres?, ¿para qué traen hijos al mundo si no los van a cuidar como debe ser?

Quizás solo en ese preciso instante Sofía comprendió el gran amor que sus padres sentían por ella. Solo ahí comprendía todo. Qué razón tenían mis padres – decía. Quiso llorar, pero no lo hizo por vergüenza. En el lugar se vivía una alegría inmensa. Parecía que había llegado Papá Noel. Sofía observó que al fondo, cerca de un tablero viejo había una niña muy triste. Nadie se percató de ella. Sofía decidió acercarse. ¿Cuál es tu nombre? – le preguntó–. La niña no atinó a decir nada, solo lloraba. Ella presintió que algo muy doloroso le sucedía, pero la niña de ojos tristes, solo la contemplaba. Se veía un gran desconsuelo en su mirada. Sofía sabía que fijarse en la mirada es muy importante para comprender a los demás. Sus padres le habían dicho que detrás de una mirada se ocultan las cosas más desbordantes del ser. A través de ella se podía ver la alegría, la angustia, la tristeza, la desesperación, el desconsuelo, en fin las mil y un emociones que pueda experimentar el ser humano. Por todo ello, quería saber qué le pasaba a la niña, por más que la inquiría, no consiguió nada en particular. Solo llanto y nada más. Sofía hacía su mayor esfuerzo, porque gracias a esta visita ella empezaba a mirar la vida desde otra perspectiva. Como la niña no hablaba, se molestó y decidió marcharse. Les dijo a sus compañeros que ya no aguantaba estar en ese lugar tan desagradable. Así que se marchó. Su amiga Valeria – le dijo– ¡Sofía y la tarea!, mas esta ya había partido.

Llegó a su casa muy malhumorada y parecía que aquella reflexión de la tarde se esfumaba como aquella ráfaga de viento en otoño. Pero no, me niego a creer en ello. Sé que Sofía sí recapacitó de verdad. Así que veamos qué pasó durante la noche. Ella no podía concebir el sueño. Pensaba en aquella niña, de rostro sucio producto del cansancio, de cuerpo escuálido, de cabellos tiesos, de uñas sucias, de zapatillas rotas que dejaban ver el dedo gordo del pie y se dijo ¿por qué estoy pensando tanto en esa mocosa?, ¿por qué, si a mí no me debe importar su vida? Nada de lo que le ocurra es mi problema. Cerró los ojos intentando dormir.

Te equivocaste Sofía, la niña sí te importaba porque fue gracias a ella que tú empezabas a recapacitar, fue gracias a ella que tú empezabas a valorar más a tus padres y fue gracias a ella que tú empezarías a vivir una vida mucho más placentera. La niña de mirada triste significaba el inicio de algo maravilloso que definitivamente contribuiría en el desarrollo personal de tu persona.

Por más que intentaba dormir no podía. Así que decidió ir al cuarto de sus padres. Estaba llorando, solo pudo decirles que, por favor, la perdonen. Reconoció sus errores y lloraba desconsoladamente, como aquel niño a quien le quitan su juguete más preciado. Sus padres la abrazaron y le pidieron que se calme. Ella les contó lo acontecido aquella tarde.

Por la mañana se dirigieron a La Caleta. Ailani, así se llama la niña, estaba allí. Se le acercaron y Sofía le regaló un enorme peluche rosa. La niña pudo sonreír un poquito, pero nada parecía calmar su tristeza. Le preguntaron qué le sucedía y ella solo respondió que su madre estaba muy enferma, que no tiene parientes a donde recurrir, que temía que su mamá se muera y ella se quedara sola. El señor le dijo que no se preocupara, pues él era médico y si es posible en estos momentos la podían llevar a su clínica. El rostro de Ailani se iluminó, su mirada mostraba otro destello. Era una mirada de alegría, una mirada de esperanza, pues su madre iba a estar con ella por un tiempo más prolongado.

Sofía abrazó a Ailani, ya no le importó que estuviera sucia. Solo sintió las ganas de abrazar a un ser humano que estaba sufriendo, a un ser que era tan igual que ella. Ailani los llevó al lugar donde se encontraba su madre. La niña abrazó su peluche y siguió el sendero de la salvación. Iba muy alegre.

Sofía tenía otro semblante. Se veía muy feliz. Miró al cielo, recordó a su abuelita, fallecida ya hacia un par de meses, y dijo para sí misma que a partir de ahora iba a luchar para ser diferente, sabía que no sería nada fácil, pero lo más importante es que tenía la fuerza de voluntad. Prometió que iba a ayudar a los demás cada vez que pueda y que iba a valorar todo aquello que sus padres hacen por ella. Decidió darle un beso a cada uno de sus progenitores, los abrazó y les dijo que los quería mucho.

Aquel sol esplendoroso y aquel canto de los pájaros no se equivocaron, definitivamente, sí ocurrió algo maravilloso en la vida de Sofía. Y quién iba a pensar que todo sucedió por fijarse en aquella miraba que perturbó su noche, pero que esclareció todos sus años venideros.

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